lunes, 9 de agosto de 2010

HISTORIA DEL MERCADO CENTRAL




Edificio Histórico y Patrimonio de la Ciudad de Santiago

Considerado uno de los edificios públicos más bellos de su época, fue inaugurado el 15 de Septiembre de 1872 por el presidente Federico Errázuriz Zañartu para albergar una Biblioteca o Palacio de Bellas Artes.
Se destacan por su belleza los motivos artísticos realizados en fierro forjado, los adornos de los pilares y arcos que sustentan el techo, también las puertas de dos de hojas de filiación neoclásica, de fierro fundido; estas sobresalen por los exquisitos motivos de hojas y tallos entrelazados y por dos figuras reclinadas de mujer, logradas en fierro fundido y que simbolizan la agricultura y la paz.
El Mercado Central de Santiago, fue declarado Monumento Histórico el 15 de Junio de 1984. Considerando: que su construcción fue iniciada en 1862 bajo la dirección del arquitecto Fermín Vivaceta e inaugurado en 1872; que los elementos de su estructura metálica fueron diseñados en Chile y fabricados en Inglaterra y son una muestra sobresaliente de la Arquitectura metálica de grandes méritos artísticos. En la publicación del Diario Oficial aparece el acuerdo de la sesión del 9 de mayo de 1984, del Consejo de Monumentos Nacionales, mediante la Ordenanza Nº 1.379, de 1984 en los artículos 32, N°8 y 35 de la Constitución Política de la República de Chile. Se declara Monumento Histórico el edificio del Mercado Central de Santiago, Región Metropolitana, que comprende la estructura metálica y todas las construcciones de albañilería que lo integran y que está circundado por el Parque Venezuela y las calles San Pablo, 21 de Mayo y Puente.


Mercado Central de Santiago: Un poco de historia.

De la Recova al Mercado Central


Por un acuerdo del Cabildo, en el año 1552 se estableció, en la Plaza de Armas, el primer mercado público de Santiago. En él solo podían venderse cosas que se produjeran en esta zona u originarias de otros lugares de la Indias pero no de España. Los negociantes vendían en la Plaza de Armas el pescado, las legumbres y todo género de menestras a la intemperie, y los géneros. Se construyó un galpón que sirviera de mercado, en el mismo sitio anterior, y se aceptó la instalación de baratillos. Allí estuvo hasta 1821.
En el lugar en donde hoy está el Mercado Central, conocido antaño por el nombre de “el basural”. Al ser un paso obligado hacia el Puente de Cal y Canto, fue convirtiéndose en feria espontánea. Al comenzar el siglo XIX, el Cabildo ordenó que se instalaran allí las carretas que venían del norte, a fin de que, en ese lugar, se les aplicasen los aranceles y se examinase la mercadería En los tiempos de la Patria Vieja, el Basural servía para los ejercicios de las tropas y aun para las revistas de los batallones cívicos. Con la llegada de vascos al país, y el entusiasmo que demostraban por el juego denominado “pelota vasca”, se construyó en el Basural, en 1808, una cancha que permaneció allí hasta comienzos de la República.
Así fue tomando forma un mercado, plaza de Abastos o recova santiaguina.
El espectáculo de ese mercado primitivo que se quemó en 1864 era colorido y pintoresco, lleno de riesgos por la higiene. En 1860, si nos atenemos a los recuerdos de Ramón Subercaseux: “En la parte del río que defendían los pretiles o tajamares estaba la Plaza de Abastos o Mercado, que consistía en un cuadrado de edificios bajos construidos con la misma disposición sencilla que todo el resto de los edificios viejos de Santiago. Allí se vendían carne, legumbres, pescado y todos los artículos de la alimentación. También se cocinaban y expendían, en medio del humo y del olor penetrante de la grasa derretida, los picarones, sopaipillas y empanadas fritas. Los puestos de mote y huesillos, de empanadas caldeas y tortillas de rescoldo, alternaban con las ventas de pajaritos vivos, jilgueros, tordos, y de frutas frescas y secas, todo en grande, pintoresca y sabrosa variedad”.
El regateo y las quejas, las pullas y los enojos abrían el camino a la pugna por los precios, según la demanda de los productos. A las once de la mañana salía del banco del cortador llevando huachalomo o una “picana”, y al grito de “¡cualquiera por medio!” era el regatear y escoger de la gente. Algún ciego pregona: “¡Los versos a dos por cinco! ¡Los versos!”.
En un quiosco, las piñas, los limones, los plátanos, deslumbran al paseante. Hay venta de “caldos de sustancia”, que sirven para resucitar a un muerto. “Reúnen -cuenta alguien- en una gran marmita cabezas enteras, gallinas o capones, huesos del agarradero, escritas y algunos otros comestibles, y dejan que un alegre fuego haga el milagro”. Perdices, tórtolas y torcazas parecen “dormir resignadas sobres las mesas de mármol, con sus cuellos estirados, inertes, desordenado el plumaje”. El galpón de calzados, “que podría llamarse la zapatería del pobre”, muestra en desnudez las medias botas y los zapatos placinos. El bullicio ensordece.
Durante el gobierno de José Joaquín Pérez, en 1868, la Municipalidad quiso construir un nuevo mercado. Se encargaron los planos a Manuel Aldunate y a Fermín Vivaceta, los cuales pensaron en un pabellón cuadrado y en una estructura metálica que se encargó a Inglaterra. A Nicanor Plaza se le encargó la ornamentación. A mediados de 1872, el edificio del Mercado Central se encontraba listo. Destacaban las fachadas decoradas con arcadas romanas. Su costo fue de cuatrocientos mil pesos y los curiosos se entusiasmaban con las cúpulas del edificio.
Antes de entregar el Mercado a sus funciones naturales, Vicuña Mackenna decidió presentar allí una gran Exposición de Artes e Industrias.

Texto tomado de
“Memorial de Santiago”
Alcalde, Alfonso
Ril, Editores
2004





El Mercado Central de Santiago, a comienzos del siglo XX

Una visión del Mercado capitalino en las palabras de Marta Brunet (escritora chilena 1901-1967) acerca del Mercado Central de Santiago, a comienzos del siglo XX:

“El Mercado de Santiago. No es grande, no es moderno. No difiere aparentemente en nada al Mercado de una gran ciudad. Aquí en la placita de entrada, están las flores. Perfuman y coloran el ambiente. Adentro, en el gran hall, se alinean las ventas. En la cruz central hay una fuente. Sí, un Mercado como cualquier otro.
Pero mire usted acá. Vea lo que la gracia del pueblo, con los elementos simples que tiene a mano: greda, harina, mimbre, crin, madera, lana, realiza para dar expresión a una arte primitivo. Gredas de Quinchamalí. Canastitos de Linares. Lozas de Talagante. Choapinos de Temuco. Capachos de Chillán. Talabarterías de Rancagua. Ponchos maulinos. Muñecos de Santiago. Toda una serie de figuritas, de tejidos, en que la influencia indígena aparece en dibujos y coloridos, en formas de sorprendente imaginación. Rincón popular y singular que expresa el sentir de un pueblo. Exaltación de la vieja alfarera que modela “el animal del agua” tal como la tradición oral se lo entregara por labios de la madre, como ella se la dijera a la hija de su entraña y como ahora se lo dice a los nietos hijos de su alma. O de la muchachita suspirante que a la par que hila el ensueño de un amor hila la lana que después será un choapino blando a los pies. O del mocetón que talla la madera de un capacho pacientemente haciendo la greca, tallando finamente, prolijamente, hasta conseguir el mejor capacho para el apero criollo, lucimiento en el rodeo o la aparta, imán para la mocita de ancha sonrisa entre el público mirón.
Esto lo hace la gracia del pueblo y es su arte.
Acá, en esos largos mesones, se muestra otra singularidad del Mercado santiaguino. Son los pescados y los mariscos del Mar Pacífico. Congrios de vientre rojo, lisas relucientes, pejerreyes como de plata, corvinas grandes, tollos, lenguados bizcos, albacoras que hacen pensar en la etiqueta del aceite de hígado de bacalao, tormento de los almuerzos infantiles, rodaballos, truchas, sardinas, mote, viejas. ¡Qué sé yo qué más!...Y acá están los erizos, las langostas, los choros, las cholgas, los locos, los picorocos, las machas, los panes de luche, las trolas de cochayuyo, toda esa excepcional pesca de mariscos y algas que la costa chilena ofrece, únicos en el mundo, y muchos de ellos, exquisitos al paladar, regalo de la mesa nativa entre el trago y trago del buen vino chileno”


Texto tomado de:
Autorretrato de Chile.
Guzmán, Nicomedes
Editorial Zig-Zag, 1974

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