lunes, 9 de agosto de 2010

La Vega Central

.::LA VEGA CENTRAL DE SANTIAGO DE CHILE



El Rescate Fotográfico Patrimonial


La fotografía patrimonial tiene como finalidad, realizar una puesta en valor gráfico, del presente inmediato, para dejarlo como memoria visible a las generaciones futuras. En este sentido, el rescate fotográfico patrimonial consiste en plasmar por medio de la lente, todos aquellos elementos que nos identifican como pueblo, los que se transforman en testimonio visual de lo que fuimos, somos y seremos. En este sentido todo se vuelve importante, desde la flor más pequeña, a la arquitectura más moderna, pasando por todas aquellas manifestaciones culturales que constituyen nuestra identidad, incluyendo a aquellas personas, en muchos casos anónimas para la pluma del historiador, que forman parte de la nación.

Es así como, para dar una coherencia en la construcción y rescate de esta memoria, se han constituido diversas temáticas o enfoques que permiten englobar la totalidad de aquel patrimonio, en muchos casos vulnerable ante la miopía de los ojos del presente. Dentro de ellas destacan: Arquitectura; Sociedad; Religiosidad; Paisaje; Flora y fauna; Gastronomía; y Climas.

En este caso particular ofrecemos las siguientes imágenes, que rescatan la esencia de un espacio que corre el riesgo de desaparecer en aras del progreso. Se trata de la Vega Central. En ellas se conjugan personas, oficios, colores, actitudes y lugares, elementos propios de un rincón del Santiago antiguo.

Historia de la Vega Central


Desde los lejanos tiempos de la conquista, en ambas riberas del río Mapocho y a pocos metros del centro de la ciudad de Santiago de Chile se formó el arrabal de La Chimba, cuyo significado en quechua es “de la otra banda”.

A mediados del siglo XVIII era posible obervar en este espacio una infinidad de precarias viviendas o “guangualies”, como se les llamaba en la época, las cuales albergaban una numerosa población malentretenida y “sin costumbres ni ocupación”. A mediados del siglo XIX, este lugar era conocido también como “la vega del mapocho” y, junto con albergar a una vasta población popular, tenía la función de abastecer de productos frescos de chacarería y otros a los habitantes de Santiago. La canalización del río Mapocho permitió la delimitación y ordenamiento de la vega, además de la construcción de galpones más adecuados para la descarga y venta de los productos traídos de los campos vecinos.

En 1895, gracias a la iniciativa de Agustín Gómez García, se inició la construcción de la Vega Central y la ampliación de sus terrenos que, hacía 1916, ocupaban un espacio de 6.000 metros cuadrados, adquiriendo una fisonomía propia y muchas de las familas locatarias. En aquel tiempo y por un largo período que perduró hasta la década de 1970 la venta de los productos se hacía por medio de remates al mejor postor.

En 1972 se calculaba que más de ocho mil personas, entre locatarios, martilleros, consignatarios, cargadores y empleados, trabajaban en la Vega Central y más de sesenta mil individuos compraban a diario en este lugar una gran variedad de productos. A ellos se sumaban “timadores”, “pedigueños”, “carteristas”, “lanzas” y otros tipos de “rateros”, los cuales abundaban en el sector a pesar de los esfuerzos de las autoridades por controlar el delito.

En la década de los setenta y de los ochenta del siglo veinte concluyeron los remates municipales y se formó la Inmobiliaria Vega Central, la cual se rigió por los principios del libre mercado. Actualmente, este tradicional espacio santiaguino se enfrenta al desafío de la modernización sino quiere sucumbir ante los proyectos urbanísticos de la capital, las restricciones municipales, los intereses inmobiliarios y la competencia del nuevo Mercado Mayorista de Santiago.

La Vega, el Mercado Central y la Estación Mapocho: tres lugares vecinos, que perfilan nuestra identidad histórica y nos muestran un Santiago popular y de esfuerzo. De estos, la Vega es el lugar más bullente, por su abundante comercio de productos del campo, que surten diariamente tanto a los amplios comedores de restaurantes, como a los ciudadanos más necesitados.

Precursora de todos los mercados urbanos de Santiago, la Vega ha abastecido generaciones de santiaguinos por más de 100 años, principalmente con frutas y verduras frescas, provenientes en su mayoría de las fértiles tierras de la zona central de Chile.

Los excelentes precios que siempre han ofrecido sus locatarios y su ubicación privilegiada en el centro de la ciudad, hace que los capitalinos la consideren como una muy buena opción al momento comprar los alimentos. Cualquier conversación sobre economía doméstica que se considere bien informada, no dejará de mencionar sus reconocidas bondades.

Aquí el trabajo es duro: cada noche se abren las puertas del recinto de 9,5 hectáreas de extensión, donde llegan los camiones con productos que se descargan hasta el amanecer. Luego, en sus 150 bodegas comienzan los remates al por mayor que, los que surten a los 800 locatarios, quienes hacen la venta al detalle para el público general.

En el trabajo intervienen una gran cantidad de personas y toda una gama de oficios especializados, gente honrada y trabajadora que funciona con sus leyes propias; pero también gente que ha caído en desgracia o que vive en la marginalidad social: cesantes, vagabundos o alcohólicos, quienes encuentran aquí como en los alrededores una oportunidad, un lugar de acogida o una mano amiga, que les permite subsistir.
Comienzo
Algunos historiadores coinciden en decir que el primer lugar donde funcionó un mercado urbano central fue en la Plaza de Armas, durante el siglo XVI; este se trasladaría al lugar donde actualmente está Mercado Central en el siglo XVIII, para luego pasar al otro lado del río.
Aquí se reconoce a don Agustín Gómez García, un acomodado vecino de la zona que comerciaba frutas, verduras y hortalizas, como su fundador oficial en el año 1895, siendo entonces su extensión sólo de una manzana.

Originalmente se llamó “Gran Mercado de Abastos de la Ciudad” y comenzó a funcionar en una zona que históricamente había sido ocupada por viviendas precarias, cuya popular población era considerada por la ciudadanía establecida como “sin costumbres ni ocupación”.

Este era el histórico barrio de La Chimba, palabra que en quechua quiere decir “de la otra banda” o “el lugar menos importante”. Aquí se levantaron templos de los franciscanos y los dominicos, los que llamaron “recoletos” porque su misión principal era “recolectar” ayudas y alimentos para los indigentes. El nombre derivo a barrio Recoleta, que luego pasaría a ser el de la calle.

De aquí hacia el norte se extendían numerosas quintas de recreo, es decir, predios y chacras de producción agrícola donde las familias adineradas de la época solían divertirse.
Con el tiempo la gente comenzó a llamarla simplemente La Vega. (por “la vega del Mapocho” refiriéndose a la formación geográfica). Su disposición comprendia un gran número de callejuelas y cinco grandes patios, los que ordenados por autoridades del cabildo, ofrecían cada uno sólo carnes, en otro pescados y mariscos, verduras, frutas y artesanías populares.
Ya desde el año 1926 fue propiedad municipal hasta que a mediados de los 80, un decreto presidencial le permitió a los comerciantes la compra de sus locales.

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